Magia y Religión de La
Poco antes de la invasión española, un Cacique Nivar tuvo una hija con las pupilas de un vivo y hermoso color verde, color de agua-marina, color de jade, color de piel de culebra verde-gay. Grande fue la estupefacción del Cacique. Sus tributarios le exigieron que se les entregase la niña para ser sacrificada al genio, al "dueño" tutelar de la laguna, la enorme serpiente anaconda de las aguas. Más el jefe jamás se decidiera.
Como pudo se libró de los descontentos de la tribu, el jefe decidió recluir a la doncella en un lugar secreto, bajo la guarda de veintidós jóvenes guerreros. La joven tenía una belleza sonámbula, algo reptilina, al destacarse sus ojos verdes sobre el marco canela de su cara de india. Eran como dos piedras preciosas engastadas en la morena lareda de algún picacho de la Sierra Nivar.
A nadie más que a su madre y a sus veintidós guardianes vieran la moza de los ojos fatales; le estaba prohibido desde su nacimiento tener cualquier lámina brillante que pudiera hacer la función de un espejo, asomarse a corrientes de agua o vasijas, salir a plena luz si la lluvia había formado charcos de agua sobre el suelo.
Mas un mal día un extraño sueño acometió a los veintidós guardianes, producido por el vaho de la serpiente anaconda de las aguas, que clamaba por su víctima anual. La niña de los Ojos de Agua salió a tientas, pues sus ojos no se acostumbraban muy bien a la luz libre, hasta que logró sentarse en el borde mismo de la charca sagrada. Estaba el agua quieta, con una hierática quietud rebuscada. La doncella miró. Veía su cara por primera vez, su gloriosa cara redonda y armoniosa, su boca, tentadora, su barbilla soberbia. Pero, ¡Ay, dolor! en vez de pupilas sólo notaba dos cuevanos profundos, un par de abismos por donde se asomaba el misterio del otro mundo de los dioses y los muertos.
La niña quedó fija. Nada podía apartarla de contemplar aquellos dos abismos encantados de sus ojos en el reflejo ácueo. Mas de pronto, por ellos empezó a surgir un movimiento. El rostro de la niña en la linfa espumeante fue adquiriendo distorno de serpiente; primero los dos ojos metálicos de brillo fijo adamantino, impresionante; luego, el cuerpo creciendo en espirales, una sobre otra; y finalmente, el extremo afiliado de la caudal Cabeza. El monstruo, intacto e inquietante estaba allí. (La anaconda), "dueño del agua". La doncella dio un grito que retumbó en todas las faldas de la Sierra Nivar, y se sumergió en las aguas, en el sitio preciso en que estuvo la niña y vió el pavoroso reflejo de sus ojos.
Al grito despertaron los veintidós guardianes, los cuales buscaron a la amada Ojos de Agua; mas en vano. llegaron hasta la laguna, mas en vez de el cuerpo de la niña adorada, encontraron al Dueño de las Aguas, soberbio y espumante, airado en su reino, batiendo la cola en el agua subiente. La laguna extendía su contorno, en espiral marcada por el moverse de la cola del monstruo, iba rellenando la concavidad en donde se había formado con los siglos, hasta desbordarse como la copa rebosante de un ebrio.
Los Nivar huían de la inundación temible. Casas, templos, sembradios, todo era arrasado por el dragón inmisericorde de las aguas. Este asomaba su terrible cabeza verde-gay sobre las lomas y abría sus fauces, cerro abajo, hasta ir a espumear más lejos, hasta la seva de Sorte hacia el Noroeste, y hasta las aguas de Tacarigua hacia el Noreste. Tanto creció que su poder vital escapó de su cuerpo distendido por el ansia de crecimiento exagerado. Y la serpiente estaló dando un gran coletazo, vibró, se desmadejó y quedó inerte, con la cola en Sorte, cerca de Chivacoa, y la horrible cabeza en Tacarigua.
María Lionza: la bella muchacha se convirtió en la dueña del agua, protectora de los peces y más tarde extendió sus poderes sobre la naturaleza, la flora y la fauna selvática en el vasto territorio vecino. Así surgió la imagen de una Diosa protectora de la selva. Persigue al cazador que mata inútilmente y al campesino que quema los bosques, protegiendo en sí sus ríos animales de la selva.
Como pudo se libró de los descontentos de la tribu, el jefe decidió recluir a la doncella en un lugar secreto, bajo la guarda de veintidós jóvenes guerreros. La joven tenía una belleza sonámbula, algo reptilina, al destacarse sus ojos verdes sobre el marco canela de su cara de india. Eran como dos piedras preciosas engastadas en la morena lareda de algún picacho de la Sierra Nivar.
A nadie más que a su madre y a sus veintidós guardianes vieran la moza de los ojos fatales; le estaba prohibido desde su nacimiento tener cualquier lámina brillante que pudiera hacer la función de un espejo, asomarse a corrientes de agua o vasijas, salir a plena luz si la lluvia había formado charcos de agua sobre el suelo.
Mas un mal día un extraño sueño acometió a los veintidós guardianes, producido por el vaho de la serpiente anaconda de las aguas, que clamaba por su víctima anual. La niña de los Ojos de Agua salió a tientas, pues sus ojos no se acostumbraban muy bien a la luz libre, hasta que logró sentarse en el borde mismo de la charca sagrada. Estaba el agua quieta, con una hierática quietud rebuscada. La doncella miró. Veía su cara por primera vez, su gloriosa cara redonda y armoniosa, su boca, tentadora, su barbilla soberbia. Pero, ¡Ay, dolor! en vez de pupilas sólo notaba dos cuevanos profundos, un par de abismos por donde se asomaba el misterio del otro mundo de los dioses y los muertos.
La niña quedó fija. Nada podía apartarla de contemplar aquellos dos abismos encantados de sus ojos en el reflejo ácueo. Mas de pronto, por ellos empezó a surgir un movimiento. El rostro de la niña en la linfa espumeante fue adquiriendo distorno de serpiente; primero los dos ojos metálicos de brillo fijo adamantino, impresionante; luego, el cuerpo creciendo en espirales, una sobre otra; y finalmente, el extremo afiliado de la caudal Cabeza. El monstruo, intacto e inquietante estaba allí. (La anaconda), "dueño del agua". La doncella dio un grito que retumbó en todas las faldas de la Sierra Nivar, y se sumergió en las aguas, en el sitio preciso en que estuvo la niña y vió el pavoroso reflejo de sus ojos.
Al grito despertaron los veintidós guardianes, los cuales buscaron a la amada Ojos de Agua; mas en vano. llegaron hasta la laguna, mas en vez de el cuerpo de la niña adorada, encontraron al Dueño de las Aguas, soberbio y espumante, airado en su reino, batiendo la cola en el agua subiente. La laguna extendía su contorno, en espiral marcada por el moverse de la cola del monstruo, iba rellenando la concavidad en donde se había formado con los siglos, hasta desbordarse como la copa rebosante de un ebrio.
Los Nivar huían de la inundación temible. Casas, templos, sembradios, todo era arrasado por el dragón inmisericorde de las aguas. Este asomaba su terrible cabeza verde-gay sobre las lomas y abría sus fauces, cerro abajo, hasta ir a espumear más lejos, hasta la seva de Sorte hacia el Noroeste, y hasta las aguas de Tacarigua hacia el Noreste. Tanto creció que su poder vital escapó de su cuerpo distendido por el ansia de crecimiento exagerado. Y la serpiente estaló dando un gran coletazo, vibró, se desmadejó y quedó inerte, con la cola en Sorte, cerca de Chivacoa, y la horrible cabeza en Tacarigua.
María Lionza: la bella muchacha se convirtió en la dueña del agua, protectora de los peces y más tarde extendió sus poderes sobre la naturaleza, la flora y la fauna selvática en el vasto territorio vecino. Así surgió la imagen de una Diosa protectora de la selva. Persigue al cazador que mata inútilmente y al campesino que quema los bosques, protegiendo en sí sus ríos animales de la selva.
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